miércoles, 10 de mayo de 2017

Un tercero que ríe por: Crisanto Gregorio León

Decían los antiguos romanos que entre dos que pelean hay un tercero que ría. En ello, el concitador que es el tercero que se alegra de los males que causa; se las ingenia hasta para pasar inadvertido, actúa sobre seguro, manteniéndose la mayor de las veces oculto para uno de los contrincantes, pidiéndole al otro la especial reserva de lo que le dice o de lo que le advierte respecto del aquel o aquella, generando grande crispación entre quienes mantenían una relación amistosa, fluida o por lo menos cortés. No importa si la relación es incipiente o de larga trayectoria, el concitador la truncará y reirá por su hazaña.

Momentos hay donde una persona no sabe ni siquiera por qué le responde a la defensiva, o por qué está enojada o le ha quitado el habla o el respeto y la consideración que antes le tenía y se miran con desconfianza o sobresalto. Mientras hubo un tercero que calentó los ánimos para enfrentarlos o enemistarlos porque los celos y la envidia se apoderaron de su corazón.

El concitador puede actuar al descubierto, sin esconder sus malas intenciones o puede plantear un juego oculto, amparado por la malicia o el enmascaramiento, provocando grandes perjuicios a otros desbaratando su tranquilidad y en ello se va hundiendo en sus frustraciones postrando cada vez más su alma como reflejo de sus desdichas.

Los seres humanos somos emocionales y de manera instintiva respondemos complejamente cuando nos sentimos amenazados o alabados en nuestros egos. En el primero de los casos las adversidades suelen injustamente dañar a quien inocentemente desconoce que un juego sucio se cierne sobre él o ella, que no es otro que la manipulación del concitador, que soliviantado los ánimos de uno o de unos en perjuicio de otro u otros.

Más de una vez hay quienes han sufrido la estocada artera de quien ha concitado en su contra para destruirlo o dañarlo a la vista de muchos o de quienes le pudieran haber tenido especial estima y de pronto sin explicación se ve envuelto en una vorágine de injusticias, todo por la acción de un tercero que ríe maquiavélicamente.

Los romanos aconsejaban “No ser indulgente con el hombre o la mujer maliciosos”, ellos siempre actúan con segundas intenciones y no precisamente de manera subliminal, por el contrario son gráficos y muy detallistas respecto de aquello que quieren hacer creer o transmitir, e incluso pueden hasta jurar en vano para proteger con un presunto blindaje de honor o religioso, lo que realmente lleva el sello del deshonor, la mentira y la aberración.

Y lo peor del caso es que mediante una disfuncional forma de asumir la vida y los acontecimientos, el concitador está convencido de ser una persona llena de virtudes, percibiendo la realidad de manera retorcida, crea su propia silueta de los sucesos y nunca se ajusta a la verdad, sino que desarticula las circunstancias para obtener un reflejo simulado que encaje maliciosamente en su opinión y falsedad.

Para Agustín de Hipona, una virtud simulada es una impiedad duplicada: A la malicia se une la falsedad.

Por eso cabría preguntarse cuál es la verdadera motivación de quien se dedica a indisponer a uso contra otros. ¿Qué esconde y cuál es su intención?

@crisantogleon@gmail.com


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