Decían los antiguos romanos que
entre dos que pelean hay un tercero que ría. En ello, el concitador que es el
tercero que se alegra de los males que causa; se las ingenia hasta para pasar
inadvertido, actúa sobre seguro, manteniéndose la mayor de las veces oculto
para uno de los contrincantes, pidiéndole al otro la especial reserva de lo que
le dice o de lo que le advierte respecto del aquel o aquella, generando grande
crispación entre quienes mantenían una relación amistosa, fluida o por lo menos
cortés. No importa si la relación es incipiente o de larga trayectoria, el
concitador la truncará y reirá por su hazaña.
Momentos hay donde una persona no
sabe ni siquiera por qué le responde a la defensiva, o por qué está enojada o
le ha quitado el habla o el respeto y la consideración que antes le tenía y se
miran con desconfianza o sobresalto. Mientras hubo un tercero que calentó los
ánimos para enfrentarlos o enemistarlos porque los celos y la envidia se
apoderaron de su corazón.
El concitador puede actuar al
descubierto, sin esconder sus malas intenciones o puede plantear un juego
oculto, amparado por la malicia o el enmascaramiento, provocando grandes perjuicios
a otros desbaratando su tranquilidad y en ello se va hundiendo en sus
frustraciones postrando cada vez más su alma como reflejo de sus desdichas.
Los seres humanos somos
emocionales y de manera instintiva respondemos complejamente cuando nos
sentimos amenazados o alabados en nuestros egos. En el primero de los casos las
adversidades suelen injustamente dañar a quien inocentemente desconoce que un
juego sucio se cierne sobre él o ella, que no es otro que la manipulación del
concitador, que soliviantado los ánimos de uno o de unos en perjuicio de otro u
otros.
Más de una vez hay quienes han
sufrido la estocada artera de quien ha concitado en su contra para destruirlo o
dañarlo a la vista de muchos o de quienes le pudieran haber tenido especial
estima y de pronto sin explicación se ve envuelto en una vorágine de
injusticias, todo por la acción de un tercero que ríe maquiavélicamente.
Los romanos aconsejaban “No ser
indulgente con el hombre o la mujer maliciosos”, ellos siempre actúan con
segundas intenciones y no precisamente de manera subliminal, por el contrario
son gráficos y muy detallistas respecto de aquello que quieren hacer creer o
transmitir, e incluso pueden hasta jurar en vano para proteger con un presunto
blindaje de honor o religioso, lo que realmente lleva el sello del deshonor, la
mentira y la aberración.
Y lo peor del caso es que
mediante una disfuncional forma de asumir la vida y los acontecimientos, el
concitador está convencido de ser una persona llena de virtudes, percibiendo la
realidad de manera retorcida, crea su propia silueta de los sucesos y nunca se
ajusta a la verdad, sino que desarticula las circunstancias para obtener un
reflejo simulado que encaje maliciosamente en su opinión y falsedad.
Para Agustín de Hipona, una
virtud simulada es una impiedad duplicada: A la malicia se une la falsedad.
Por eso cabría preguntarse cuál
es la verdadera motivación de quien se dedica a indisponer a uso contra otros.
¿Qué esconde y cuál es su intención?
@crisantogleon@gmail.com
@crisantogleon@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario